lunes, 16 de mayo de 2011

EL AMOR DE DIOS

Dios, quiere hacerte una pregunta: ¿Por qué amas a tus hijos? No quiero parecer irreverente, pero sólo el cielo sabe cuánto dolor te hemos ocasionado. ¿Por qué nos toleras? Nos das cada aliento que respiramos, pero… ¿te lo agradecemos? Nos das un cuerpo que no puede duplicarse, ¿Y te alabamos por eso?

Muy raras veces.

Nos quejamos del tiempo. Discutimos por nuestros juguetes. Disputamos acerca de quién consigue qué contiene y quienes son mejores, los hombres o las mujeres. No pasa un segundo sin que alguien, en alguna parte, use tu nombre para maldecir cuando se golpea un dedo con el martillo o cuando el árbitro cobra una falta equivocada (como si tuviera la culpa).

Llenas el mundo con comida, pero te culpamos por el hambre. Evitas que la tierra dé volteretas y que los polos se derritan, pero te acusamos de falta de preocupación. Nos das el cielo azul y exigimos lluvia. Nos das lluvia y pedimos sol. (Como si supiéramos qué es más conveniente).

Brindamos más aplausos a un musculoso futbolista que a Dios que nos hizo. Cantamos más canciones a la luna que a Cristo que nos salvó. Somos un mosquito en la cola de un elefante de una galaxia de África, y aun así te exigimos que nos consigas un parqueo cuando te lo pedimos. Y si no nos das lo que queremos, decimos que no existes. (Como si nuestra opinión valiera algo).

Contaminamos el mundo que nos has prestado. Maltratamos el cuerpo que nos has dado. Pasamos por alto el Verbo que nos mandaste. Y matamos al Hijo que llegaste a ser. Somos bebés consentidos que tomamos, golpeamos, refunfuñamos y blasfemamos.

Tienes todas las razones del mundo para abandonarnos. ¡Yo lo haría! Me lavaría las manos de todo este desorden y me iría para comenzar de nuevo en Marte. ¿Por qué tú no?

Veo la respuesta en la salida del sol. Escucho la respuesta en el romper de las olas. Siento la respuesta en la piel de un niño. Padre, tu amor nunca cesa. Nunca. Aunque nosotros te despreciamos, te echamos a un lado, te desobedecemos, tú nunca cambiarás. Nuestra maldad no puede disminuir tu amor. Nuestra bondad no puede aumentarlo. Nuestra fe no lo gana ni nuestra estupidez lo pone en peligro. No me amas menos si fallo. No me amas más si tengo éxito.

Tu amor nunca cesa. ¿Cómo explicamos esto? Mamá: ¿Por qué amas a tu bebé recién nacido? Ya lo sé. Es una pregunta tonta, pero discúlpame. ¿Por qué? Durante meces este bebé te ha causado dolor. Te ha llenado de granos y te ha hecho caminar como un pato. A causa de se bebé has suspirado por unas sardinas y galletas y has vomitado por las mañanas. Sientes punzadas en el vientre. Ocupa espacio que no era suyo y como alimento que no provee.

Lo conservas caliente. Lo mantienes seguro. Lo alimentas. Pero, ¿te dio alguna vez las gracias? ¿Estás bromeando? ¡No bien sale de vientre empieza a llorar! El cuarto es demasiado frío, la frazada demasiado áspera, la niñera demasiado desconsiderada. ¿Y a quién quiere a su lado? A mamá.

¿Alguna vez te has tomado un descanso? O sea, ¿quién ha venido haciendo el trabajo en los últimos nueve meses? ¿Por qué no se hace cargo papá? Pero no, papá no, papá no. El bebé quiere a mamá. Ni siquiera le dice que ya viene. Simplemente llegó. ¡Y qué llegada! Te convirtió en una salvaje. Tú gritabas. Renegabas. Masticabas balas y rompías las sábanas. Y ahora, mírate. Dolor en la espalda. La cabeza te martillea. Tu cuerpo está empapado de sudor. Cada músculo tirante y tenso.

Deberías estar furiosa, ¿pero lo están? Lejos de eso. En tu rostro hay una expresión de amor por más tiempo que la eternidad. El bebé no ha hecho nada por ti, pero lo amas. Te ha causado dolor en el cuerpo y náuseas cada mañana, pero aun así lo adoras. Su rostro está contraído y su vista empañada, pero aun así puedes hablar de lo bien que se ve y de su brillante futuro. Te va a despertar cada noche durante las siguientes seis semanas, pero eso no importa. Lo puedo ver en tu rostro. Estás loca con tu bebé. ¿Por qué? ¿Por qué una madre ama a su bebé recién nacido? ¿Por qué es su bebé? Por más que eso. Porque el bebé es ella. Su sangre. Su carne, sus tendones y su espina dorsal. Su esperanza. Su legado. No importa que un recién nacido sea indefenso, débil. Ella sabe que los bebés no piden venir a este mundo.

Y Dios sabe que tampoco nosotros lo pedimos. Somos su idea. Somos Él. Su rostro. Sus ojos. Sus manos. Su toque. Somos Él. Mira profundamente en el rostro de cada ser humano sobre la tierra y verás su parecido. Aunque algunos parecen ser parientes lejanos, no lo son. Dios no tiene primos, sólo hijos.

Somos, increíblemente, el cuerpo de Cristo. Y aunque no actuemos como nuestro Padre, no hay verdad más grande que esta: Somos suyos. Inalterablemente. Él nos ama. Para siempre. Nada nos puede separar del amor de Cristo.

Si Dios no hubiera dicho esas palabras, sería un tonto en decirlas, un tonto al no creerlas. Nada nos puede separar del amor de Cristo… pero aún difícil es para algunas personas aceptar esta verdad.

A lo mejor piensas que has cometido un acto que te pone fuera de su amor. Una deslealtad. Una traición. Una promesa no cumplida. Piensas que Él te amaría más si no hubieras hecho esas cosas, ¿verdad? Piensas que Él te amaría más si hubieras hecho más, ¿verdad? Piensa que si fueras mejor, su amor sería más profundo, ¿verdad?

Error. Error. Error. El amor de Dios no es humano. Su amor no es normal. Su amor ve tu pecado y a pesar de eso te ama. ¿Aprueba los errores que comete? No. ¿Necesitas arrepentirte? Si. Pero, ¿te arrepientes por su bien o por el tuyo? El tuyo. Su ego no necesita disculparse. Su amor no necesita reforzarse.

Y Él no podría amarte más de lo que te ama ahora.
Alvaro Serna M.

1 comentario:

  1. PASTOR QUE BENDICION ESTE ESPACIO PARA QUE LAS PERSONAS PODAMOS ENTENDER LAS COSAS QUE DIOS TIENE PARA NOSOTROS DE UNA MANERA TAN LINDA MUCHAS GRACIAS MIL BENDICIONES...

    ResponderEliminar