martes, 19 de abril de 2011

ESTOY MUY CANSADO

 
Se recordará como el más detestable caso de persona desaparecida. En Agosto de 1930, José de cuarenta y cinco años, se despidió de sus amigos, después de haber comido juntos en un restaurante, tomó un taxi y se fue. Jamás se le volvió a ver ni se escuchó nada más de él. Después de cincuenta años de investigación se han barajado muchas teorías pero no se ha llegado a ninguna conclusión.

Debido a que José era un renombrado juez del tribunal supremo, muchos sospecharon que lo habrían matado, pero nunca se halló una pistola sólida. Se presentaron otras opiniones: secuestro, conexiones con la mafia y hasta el suicidio.

Una investigación en su departamento reveló una sola pista. Había una anotación adjunta a un cheque, ambas dejadas a su esposa. El cheque era por una considerable suma, y la nota decía sencillamente: “Estoy muy cansado. Te amo.”

La  nota  podía haber sido más que el sentir de un arduo día de trabajo. O podría significar algo mucho más profundo, como el epitafio de un hombre desesperado.

El cansancio es desagradable.

No me refiero al cansancio físico que resulta de pasar la guadaña por el césped, o el cansancio mental, producto de un día difícil en el que se tomaron decisiones y hubo gran concentración mental. No, el cansancio que se apoderó del juez es mucho peor. Es el cansancio que aparece justo antes de que la persona se dé por vencida.

Es ese sentimiento de honesta desesperación. Es el padre desanimado, elijo abandonado o el retirado que tiene demasiado tiempo por delante. Es esa etapa en la vida cuando desaparece la motivación: Los hijos crecen, se pierde el empleo, muere la esposa. El resultado es cansancio… un profundo, solitario y frustrado cansancio.

Solamente hubo un hombre en la historia que dijo tener la respuesta. El se para delante de todos los José del mundo y les hace la misma promesa: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. (Mateo  11:28)

Alvaro Serna M.

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